Los cazadores de mamuts by Jean M. Auel

Los cazadores de mamuts by Jean M. Auel

Author:Jean M. Auel
Language: eng
Format: mobi
Published: 2085-01-01T05:00:00+00:00


Capítulo 22

Ocho cascos hollaban al unísono el suelo endurecido. Ayla, bien agachada sobre la cruceta de la yegua, entornaba los ojos contra el viento glacial que le quemaba la cara. Montaba con ligereza, manteniendo la tensión de sus rodillas y sus caderas en perfecto acuerdo con los poderosos músculos del caballo lanzado al galope. Advirtiendo el cambio de ritmo de los otros cascos, miró de refilón a Corredor. El potrillo se había adelantado, pero ahora se estaba retrasando, con inconfundibles señales de cansancio. Ella frenó gradualmente a Whinney y el otro animal también hizo un alto. Envueltos por las emanaciones de vaho provocado por la respiración acelerada, los caballos bajaron la cabeza. Estaban cansados, pero había sido una buena carrera.

Ayla, erguida y balanceándose al compás de su yegua, se dirigió hacia el río a buen paso; estaba disfrutando de la salida. Hacía frío, pero el día era magnífico; el resplandor del sol incandescente se acentuaba por el efecto del hielo centelleante y la blancura de una cellisca reciente.

Aquella mañana, al asomarse a la entrada del albergue, había decidido sacar a los caballos para realizar con ellos una larga galopada. El aire mismo la tentaba a salir. Parecía más ligero, como si se hubiera desprendido de una gran carga opresiva. Tuvo la sensación de que el frío no era tan intenso, aunque nada había cambiado visiblemente: el hielo seguía siendo tan sólido y los copos de nieve arrojados por el viento tan duros como siempre.

Ayla carecía de medios seguros para saber que la temperatura había aumentado y que el viento soplaba con menor fuerza, pero detectaba estas sutiles diferencias. Aunque podría interpretarse como intuición, en realidad era una aguda sensibilidad. Para quienes vivían en climas extremadamente fríos, el menor signo de bonanza era perceptible y, con frecuencia, saludado con exuberante optimismo. Aún no era primavera, pero se aflojaba ya el puño implacable del frío intenso, y esa levísima tibieza traía consigo la promesa de que la vida volvería a brotar.

Sonrió al ver que el joven potro se adelantaba elásticamente, con el cuello arqueado y la cola erguida. Seguía pensando en Corredor como el potrillo al que había ayudado a nacer, pero ya había dejado de serlo. Aunque no estuviera del todo desarrollado, ya era más grande que su madre y todo un caballo de carreras. Le encantaba correr y lo hacía a buena velocidad, pero había una diferencia en el galope de los dos caballos. Invariablemente, Corredor era más veloz que su madre en una carrera corta y le sacaba una buena ventaja al principio, pero Whinney tenía mayor resistencia. Era capaz de mantener durante más tiempo un galope tendido; si la distancia era larga, inevitablemente conseguía alcanzar a su hijo, le rebasaba y seguía su regular andadura.

Ayla desmontó, pero se detuvo antes de apartar la cortina para entrar en el albergue. Con frecuencia utilizaba los caballos como excusa para salir, y aquella mañana había sido un verdadero alivio que el clima permitiera realizar una carrera larga. Por feliz que le



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